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Todavía hay tiempo para decirle madre, buenas noches,
He vuelto con una bala en mi corazón.
Ahí está mi almohada, quiero tumbarme y descansar.
Si la guerra alguna vez llama a la puerta,
dile que estoy descansando.
Almohadad Zaqtan.

 

De seguro te han hablado de las mujeres que entraron a la tumba.
De rodillas hincadas en la tierra,
buscando el cuerpo del hijo, del amado, del hombre.
Con su llanto, abrieron profundos surcos en el sudario.

Las has visto…
Desandando entre la sombra desviada de las flores,
repitiéndose, desdoblándose
en las antífonas de un idioma indescifrable.

Han pasado tres días, tres siglos, de tres en tres
germinan los crisantemos en sus cabellos trenzados.
Sobre sus cabezas,
el vuelo bajo de los pájaros
que hicieron nido
en la boca de los huérfanos.

De seguro las has visto…
Magdalena y María, son custodias del réquiem al desencanto,
van por la tierra
buscando los cuerpos que no volverán al lecho.
Cargan con los sudarios,
lo besan, lo huelen, lo sienten,
así resguardan lo que la muerte no se pudo llevar.

 

Hoy de seguro las ves…
Van envueltas en el misterio doloroso,
pisando sobre los derrumbes humanos
“y después de este destierro, muéstranos a nuestro Jesús, el fruto bendito de nuestro vientre.”
Pero el fruto se pudre en el légamo desolado,
condenado por el señor de la guerra,
y el señor de la guerra, es un luto seminal
esparcido por los cuatro puntos
en cuyo centro
se ahoga el acto de contrición de dios
colgado en el garfio de la venganza.

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