top of page

Postal para despedirme de Bogotá

Estación calle 76
Se abren las puertas del vagón, en segundos engulle y trasboca todos los cuerpos.
Ha echado a andar, entonces puedo verlos encriptados en sus trajes oscuros, como si sobre ellos pesara el luto de mil viudas.
No es una tragedia, es un largo gusano negro que se ha comido el fin de sus historias.


Estación Héroes
El frío, ese ángel terrible se hace lento y pesa sobre la ciudad, devora sin prisas la expresión de sus rostros, la memoria de los cuerpos.  Hay anchos abismos en las cuencas de sus ojos, tal vez por eso, no se buscan, no se hallan en el otro.
Caminan y yacen tan formales…tan lejos, van tan lejos de su propio centro.


Estación Flores
Se tocan, se evitan, se olvidan.  Son una sola agonía, son el mismo eco profundo de esta ciudad que se repite en la lluvia, es necesario que llueva para lavarse de la muerte agazapada en las esquinas, para limpiar la mugre de los que crecen contrahechos en las grietas de sus calles.
 

​Llueve, llueve y no hay consuelo, se lleva el agua la tierra, los sueños, los rostros de la ciudad.

​

Estación calle 22
​

Veo la pesada serpiente metálica arrastrándose lenta, lleva dentro hombres y mujeres de vuelta a sus casas, a sus camas, al matorral sombrío de las rutinas, a la belleza confortable de sus tedios.


Veo más, los veo a ellos, los otros.
Malabaristas, tragafuegos, equilibristas, recicladores, pordioseros, maní, tinto, flores, sexo, calendarios, desplazados.


Me convenzo que somos imperceptibles, que todos nos iremos de esta ciudad y ella no sabrá de nuestra ausencia. 

Ni el frío, ni la lluvia, ni la plaza ni el semáforo habrán guardado una breve imagen de nosotros. 



Después de todo, ¿qué hicimos para merecerla?

​
Pero ellos…los otros.

Su pan lo cotizó el parpadeo de un semáforo, encendieron el fuego y alimentaron los raquíticos perros, se desnudaron y dieron su sexo y su hambre, deambularon con sus fantasmas, cantaron a las esquinas, abrigaron con sus cuerpos los callejones y le entregaron los sueños a los demonios, cargaron la basura con solemnidad arzobispal, pero no juzgaron lo que sus ojos vieron, no visitaron templos ni honraron estatuas.


Oráculos obscenos, de sus bocas escuchamos siempre el mismo pregón, nada prometieron salvo el inventario de los puñales nocturnos.


Como los árboles, ellos se quedarán, permanecerán como las gargantas de sus muertos.


Son el milagro atroz que sostiene las noches de esta ciudad.

​

Son la sangre brutal con la que se enciende el alba gris de esta ciudad.

bottom of page