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Miguel tiene quince años, hay quienes afirman
que sólo habla el dialecto de las cigarras.
Pasa el día imitando con su cuerpo contrahecho el vuelo de la libélula.
Miguel lleva siempre un zurrón donde guarda las mariposas y los cocuyos,
para soltarlos en su pequeña habitación y soñarse monarca del aire, verde y alado.
Esta mañana han llegado los muchachos de la ciudad.
Desde el despeñadero se arrojan al cielo en sus ícaros enormes y coloridos
Miguel los ve elevarse, giran en vuelos circulares,
ascienden ligeros, brillantes, infinitos.
Miguel corre bajo sus sombras y se detiene al filo al abismo
ha llegado el tiempo del despegue.
Miguel abre su bolsa y salen cientos de abejas, cocuyos, mariposas, libélulas y cigarras.
El viento sopla y empuja al niño zoomorfo.
Miguel se extiende y es azul
Miguel sonríe y es perfecto
Miguel ha ascendido de la tierra
Miguel vuela.

A Barlovento, tierra de cimarrones.

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Para mí, reservo los delicados bordes de las manos asidas a la memoria de tu sangre.
Hice mío el encanto subacuático que resuena en cada golpe negro del mina.
En mí, se mueven los astros que saben avanzar contra el viento.
Dejo para ti:
El oleaje encrispado tiernamente sobre la arena, los ojos insomnes del bucare, poblados de congos y carabalíes, y la verticalidad de la línea que precipita al ave sobre la santidad de tu laguna.
Ahora te propongo, hundir tu puño junto al mío, en el costado húmedo de la tierra,
donde nos aguarda el cordón ancestral de los viejos contadores de sueños,
nos traducirán el silencio de dios y de seguro, nos hablarán de esta palabra que florece entre tu boca y la mía.

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