top of page

Profesión de Fe

Una mujer escribe.  Busca recobrar el país que ha perdido y el padre que ya no existe.  Un cuerpo que sólo ha dejado sus regueros de música y quizás un verso de Girondo. 
Hace cinco años le dijo adiós a Venezuela y aún no sabe bien si es de Colombia o solamente de la nostalgia.  Una mujer escribe.
Reniega de lo que desea, como una llaga purísima, e invoca sus gastados talismanes: un disco de Chavela Vargas, una maloka con yagé en el Amazonas.  Pero no puede evadirse de lo que ya es ella misma: un verso de Eugenio Montejo, otro de Rafael Cadenas, y los arrastrados boleros en la madrugada cursi del vino.
Por ello una mujer escribe y se pregunta, desde su hamaca, por el mar de Ítaca o por Li-Po ahogado en a luna.  Pero quizás sólo encuentra, aquella mujer que escribe, un bucare y una cigarra, una naturaleza que cobija incluso a los defectuosos que aún pretenden volar.
Este es un pequeño libro de despedidas, donde ya no es de aquí ni de allá.  Donde se percibe ajena, sin entender lo inaceptable.  El saber de quienes “quienes se tocan, se evitan, se olvidan”, y regresan asustados a una única casa poblada de muertos, fantasmas, y espejos que ya no los perciben.  Por ello se empeña en trabajar en talleres de creación literaria, para reconstruir una memoria colectiva.  Pero la única memoria posible es la suya, la de la niña solitaria que en oscuros bosques devora con su capa roja los negros lobos de su fascinado terror.
Porque la mujer que escribe se ausculta, detecta en Bogotá la miseria de los malabaristas y en el campo se enfrenta a la montaña inaccesible, porque sus manos insisten, una y otra vez, en pedir, acariciar, invocar, cerrarse sobre sí mismas, en la plegaria que es toda poesía.  En su profesión de fe, que hace del país un yagrumo y los ojos ciegos de Borges al mantener vivo el universo.
En la blancura tersa de su cama, una mujer se acurruca, se expone, se ofrece, se retrae.  Sólo tiene un delgado libro en la mano, que ya no es arma sino territorio para la contemplación embelesada, para la lectura ferviente.  Para el silencio dulce y compartido.  Se llama Betsimar Sepúlveda.  Nació en la Venezuela andina, ha vivido en Bogotá y Barichara, también andinas, pero en realidad sólo tiene una parcela propia: la de su sincera poesía.  Una mujer sueña y escribe.  Aquí está su sueño por fin escrito.

Juan Gustavo Cobo Borda

De una tradición poblada de voces como la de Vicente Gerbasi, Juan Sánchez Peláez, Eugenio Montejo y Rafael Cadenas entre otros, viene la voz de Betsimar Sepúlveda, quien consolida en este libro Profesión de fe un acento y un tono que revelan lo más verdadero de su mundo personal. Allí conviven con acierto las rutinas gastadas de la vida con la luz de Reverón, los rituales cotidianos del padre con los recados de dolor que nos dejan un bolero, un jazz o una letra de Spinetta, porque son estos poemas postales de un mundo perdido y recobrado por esos textos tan antiguos que son los recuerdos.

Es Profesión de fe el testimonio un tiempo luminoso donde se vale seguir soñando con la tierra a pesar de sus malos augurios y donde no hay otra elección que ponerse del lado de los vencidos porque Betsimar, como los buenos poetas de siempre,  sabe que el hecho poético se halla más certero en la dignidad de la derrota y el asombro de la palabra.

                                                                                     

FEDERICO DÍAZ-GRANADOS



Poemarios

bottom of page